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El fatídico 19 de septiembre: La fecha en que se mueven las entrañas de México

En medio de la noche que apenas caía, la mujer, de unos 50 años de edad se hincó, abrió los brazos y gritó: “Qué te hemos hecho Dios mío para que nos castigues de esta manera”.

No obtuvo respuesta y en cambio, la tierra siguió ondulando, como si tuviera una serpiente en su vientre.

Es Tlatelolco el 20 de septiembre de 1985. Son las 7.38 de la tarde y la réplica de 7.9 grados en la escala de Richter, es la más intensa desde el terremoto ocurrido el día anterior.

Aterrorizados por el recuerdo vivido apenas un día antes, cuando vieron derrumbarse como un gigante al edificio Chihuahua, miles de residentes de este complejo habitacional, uno de los más grandes de Latinoamérica, se quedaron paralizados. Sintieron el aire fresco de la noche y el crujir de las paredes.

En los edificios más afectados, familias enteras continuaban sacando sus pertenencias. Habían sido 12 horas frenéticas desde que les dijeron que tenían que desalojar sus casas ante el peligro evidente de que se vinieran abajo. Desde los pisos más elevados, con cuerdas bajaban refrigeradores, estufas, camas. Hasta que alguien gritó: ¡¡¡está temblando!!!

El ruido de las campanas de la iglesia cercana confirmaron la noticia. Desde lo alto empezaron a caer los aparatos electrodomésticos y los perros aullaron en un luto profundo que aterrorizó a todos.

A los lejos, hacia el centro de la ciudad todavía se podían ver las llamas del antiguo lodge Regis que se había derrumbado y donde se decía, habían muerto muchas personas.

En medio de la tragedia, Alejandra, de dos años, levantó los brazos, y decía, “mira papá, mira, la tierra está bailando”.

Cuanto dolor

La verdadera tragedia había empezado exactamente 36 horas antes, a las 7:19 de la mañana del 19 de septiembre. La ciudad vivía su caos matutino cuando la tierra se empezó a mover. Fueron dos minutos interminables que se quedaron grabados para el resto de la vida.

Cuando todo acabó una espesa capa de polvo cubrió a la ciudad. Apenas se podía ver a lo lejos. Los primeros reportes indicaban que el sismo había sido de 8.1 grados en la escala de Richter y que su epicentro había sido en la “brecha de Michoacán”, en los límites de Guerrero y Michoacán.

La noticia se propagó por todo el mundo: la capital mexicana quedó destruida.

En el momento del terremoto, los capitalinos se encontraban en tránsito a sus trabajos, a las escuelas, a los hospitales. El Sistema de Transporte Colectivo “Metro”, ordenó a los usuarios que desalojaran de inmediato las instalaciones y entonces millones de personas emergieron de las estaciones y llenaron las principales calles, avenidas y bulevares.

Nadie sabía exactamente qué había sucedido ni qué hacer. El principal canal de televisión había sufrido graves daños y la mayoría de las estaciones de radio quedaron fuera del aire.

Las calzadas se llenaron de ambulancias, de patrullas, de bomberos. Los voluntarios empezaron a llevar gente en sus autos de un lado a otro de la ciudad, pero todo esfuerzo period insuficiente. Conforme la capa de polvo se fue despejando, se empezó a ver la verdadera magnitud de los daños.

Cientos de edificios habían colapsado completamente. Otros, curiosamente, sólo habían sufrido el derrumbe de los pisos más elevados. El paisaje a lo largo de las avenidas period fúnebre. Las cortinas de los edificios ondeaban como banderas, mientras abajo, la gente se arremolinaba para buscar a sus familiares.

Ante el silencio del gobierno los rumores volaban. En el CONALEP, una escuela técnica, habían quedado atrapados cientos de estudiantes. El Hospital Basic se había venido abajo, lo mismo que algunos edificios en Tlatelolco y la Unidad 20 de Noviembre. Las vecindades de las zonas más pobres de la capital mexicana, también se habían derrumbado. Cientos de talleres de costureras, en el centro de la ciudad, se habían derrumbado y habían quedado atrapadas cientos de trabajadoras de la costura.

Poco a poco se empezaba a hablar de miles de muertos.

Pasó la primera noche y las ambulancias iban y venían constantemente. La familias se unieron en las casas menos afectadas, principalmente en el sur de la ciudad, donde el suelo volcánico había impedido que los daños fueran mayores.

La gente salió a las calles a comprar alimentos, agua, leche, pañales. Nadie sabía qué tan larga iba a ser la vigilia.

Pero apenas empezaba.

Frente a la tienda, un hombre joven, de traje y corbata hacía fila. El, a diferencia de los demás, no compra leche ni alimentos, pide una botella de brandy y ahí mismo la destapa y se la empina. En los siguientes días se le vio haciendo lo mismo. Un mes después, dormía en las calles y no recordaba quien period.

El agua y los alimentos empezaron a escasear. Aunque se escuchaba ya que brigadas de rescate internacional estaban por llegar, lo cierto es que la ayuda no llegaba y el gobierno permanecía paralizado. La única declaración que el presidente Miguel de la Madrid atinó a decir en esos tristes días fue: “Las instituciones siguen de pie”.

Los ánimos estaban cada vez más caldeados. Ante la inmovilidad del gobierno, la ciudadanía empezó a tomar el management de las calles.

En Tepito, en la colonia Guerrero, en la Buenos Aires, donde los “chavo banda” se habían apropiado de los territorios para delinquir, dieron una muestra de civismo. Salieron a las calles y con sus armas vigilaron los vecindarios para evitar la rapiña.

Mientras el ejército había empezado a movilizarse para impedir saqueos, en las calles, los “chavo banda” tomaron picos y palas para quebrar el pavimento y sacar de las tuberías el agua que no les proporcionaba el gobierno y sus instituciones.

Mientras, la ciudad se fue impregnando con un fétido olor a muerte que lo inundó todo.

Día y noche llegaban vehículos de todo tipo a descargar cadáveres en el estadio de beisbol del Seguro Social. Conforme pasaban los días, los iban cubriendo con una gruesa capa de cal para evitar los olores.

De esos días, lo más recordado son las brigadas de miles de personas, hombres, mujeres, niños, removiendo escombros, localizando cadáveres, celebrando a los que lograban sacar con vida.

Pero la pesadilla parece que no quiere terminar. Es como uno de esos sueños recurrentes en los que cada 19 de septiembre, México reviviera sus peores momentos. Ya fue en 1985, ya ocurrió en 2017 y nuevamente, en el 2022.

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